Las personas, como buenos mamíferos que somos, avanzamos en manada como lobos, siempre rodeados y juntos a paso lento. En nuestras espaldas, el legado y la experiencia de los que se quedaron atrasados y los que comenzaron el viaje; en nuestros lomos, garrapatas y piojos que sin ningún esfuerzo viven del trabajo de otros. Por mucho que mordamos, en esa zona siempre se mantiene un escurridizo chupasangres a bordo. Se les conoce como parásitos de la humanidad. No se mueven; no dan ningún paso y no ofrecen nada a cambio. Al pobre que tenga que llevarlo a cuestas no le será pesado pero, a medida que pase el tiempo, se volverá más grande e insoportable, dejándole débil por la saliva venenosa que tiene cada vez que escupe alguna sandez.
En tiempos duros, donde la escasez y la necesidad cortan la piel del lobo dejándole cicatriz, los bichejos molestos se desploman por la frialdad de la vida. Eso es conocido como meritocracia, el inútil se desploma boca arriba y el que siempre ha resistido a todo, se queda.
No por ladrar más eres mejor y así, un dicho de mi abuelo: «perro ladrador, poco mordedor». Siempre y a lo largo de la historia y da igual en qué época, han existido esos omnívoros como gusanos, hienas y aves rapaces que solo asaltan el fruto y el trabajo de otros, cambiando el dicho de «lo que uno siembra, recoge» a «cuando uno roba, hasta escoge». Porque incluso en las manos de un político se encuentra una manzana podrida.
Al igual que las víboras de la televisión que nos manipulan como a Eva para que nos comamos la fruta, hoy en día existen bestias sin humanidad.





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